La realidad de las cosas no siempre es evidente a primera vista.

jueves, 22 de abril de 2010

Visita a México del superior general de los jesuitas

Espíritu sólido, energía fluida, optimismo prudente, una fácil sonrisa y una inteligencia aguda dejó el superior general de los jesuitas en el mundo, el padre Adolfo Nicolás en su intervención hoy por la tarde en el auditorio Pedro Arrupe (otro superior general jesuita entre 1974 y 1981)

Su intervención larga y bien balanceada, me confirmó la marca del carisma ignaciano: discernimiento, flexibilidad para logro de objetivos, realismo, análisis de la realidad, focalizado en el amor a Dios y al próximo.

Sin ningún recurso argumentativo ni de comparación facilona que pretenda ofender, confirma la imagen (no siempre confirmada) de ser la orden de la compañía de Jesús la mejor del mundo (al menos la más numerosa)

El otro componente tan importante como la visita del padre Adolfo, fue la audiencia: el auditorio lleno a tope y las sillas de la explanada fuera del auditorio (apoyado de una pantalla gigante) Personas venidas de lejos y de cerca, atentas, en silencio, sin ninguna interrupción al fluido discurso del padre, como queriendo escuchar lo que dijo y queriendo escuchar más y decir más. El formato no lo permitió, pero el silencio era más fuerte que parecía. ¿Qué vino a escuchar y a decir estas personas hoy en el auditorio? Habría qué leer las preguntas que por escrito se hicieron llegar al padre Nicolás por conducto de los padres rector del Iteso y el provincial jesuita en México -personas del tamaño espiritual del mismo padre Nicolás. No lo sabré, al menos no pronto. Lo que sí intuyo es que la presencia de estas personas, su ánimo, sus sonrisas y sus expresiones me hablan de un ánimo de compartir el trabajo codo a codo con la orden religiosa, ganas de hacer comunidad, vivir la iglesia y enfrentar los retos del seguimiento de Jesús.

Ni una sola mención al asunto clerical católico y los estiras y afloja tradicionales entre el clero diocesano y los jesuitas. Ni al caso. Se trata de construir y aquí hay ánimo, hay trabajo, hay compromiso y muchas ganas de aportar, de contribuir a la consolación que da el abrirse al espíritu. ¿Será?

Gracias al padre Nicolás, al padre Carlos Morfín, al padre Juan Luis, a los jesuitas y personas colaboradoras por su labor y por los espacios que van abriendo para ser iglesia en esa forma tan sana, libre, flexible y amorosamente discernida que Ignacio aprendió y supo promover entre sus primeros compañeros: un regalo del siglo XVI que nos ayuda en el XXI para abrirnos al futuro.

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